¿Cuántas cosas haces sin querer hacerlas?

Permitimos que se repitan episodios que son siempre los mismos y nos seguimos enfadando igual por ello. Por ejemplo, si nuestra pareja llega tarde los viernes y eso nos molesta lo que no podemos hacer es cambiar al otro pero sí empezar a hacer cosas distintes nosotros.

Repetimos situaciones porque somos adictos al sufrimiento, al victimismo. Así hacemos sentir culpable al otro y, en el fondo, lo que queremos es manipularlo. Entonces, nos decimos que cambiar es difícil y esperamos que lo haga el otro en lugar de nosotros mismos.

Cada vez que nos enfadamos tenemos una oportunidad para conocernos, para darnos cuenta que lo que pasa fuera es algo que activa dentro de nosotros algo que ya conocemos. Si podemos pararnos a observar lo que nos pasa cuando nos enfadamos podremos ver que eso mismo ya lo hemos sentido antes, probablemente, en nuestro ambiente familiar de la infància. Cada enfado es una oportunidad de autoindagación.

El comportamiento del otro es siempre un aviso de que somos nosotros los que nos estamos haciendo lo que queremos hacer. Cuando vemos que el otro sí hace lo que quiere y nos molesta nos podemos preguntar ¿Qué es lo que no estamos haciendo que nos gustaría hacer? Cada queja que tengamos la podemos invertir para hacer algo para cambiar nosotros.

En todo lo que hacemos hay una intención inconsciente. Podemos dejar de repetir situaciones desagradables cuando tomamos conciencia de lo que realmente queremos.

Se trata de ser adultos emocionales y ser responsables de nuestras vidas. Cuando somos conscientes de que los demás son nuestro reflejo y que nos muestran que somos la causa, el problema y la solución podemos aumentar nuestra compasión hacia los demás y hacia nosotros mismos.

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