Con el 911, Porsche erigió uno de los principales pilares en las memorias de los superdeportivos, el cual todavía sobrevive en la actualidad. Mediante este manantial tecnológico, los alemanes también supieron configurar un excelente sucesor comercial para el 356, pero además, en competición, el 911 se vio capaz de relevar honorablemente al idílico 917. Sería el 911 Carrera RSR Turbo 2.1 con el que la firma alemana plantaría la semilla del colosal árbol genealógico que hoy conforma la historia del modelo en competición.

El primero de esta saga fue el Porsche 911 RSR 2.8 nacido en 1973 bajo el reglamento del Grupo 4, el cual supuso ya un éxito por aquel entonces. Hablamos de una época en la que Porsche había comenzado a experimentar con materiales de vanguardia, logrando conjuntos muy potentes y realmente livianos. Durante ese mismo año, las altas esferas de la firma trabajaron en las oficinas de Weissach para ultimar una obra maestra que estremecería al mundo del motorsport. Este coche sería el padre de los conocidos "Special Production Cars", término por el cual se regiría el reglamento FIA para definir a los nuevos Grupo 5 de 1976.

En 1974, cuando el Porsche 917/30 aún era el más reciente campeón de la CanAm y de la Interserie europea, la división deportiva de la firma presentaba al mundo su nuevo 911. Aunque la FIA había dejado entrever algunas pinceladas del nuevo reglamento Grupo 5 (Fórmula Silueta), el cual se mostraba mucho más permisivo, el nuevo Porsche 911 Carrera RSR Turbo aún nació adaptado a la normativa que limitaba la cilindrada de los motores a 3.0 litros. Y no solo eso. La propia Comisión Deportiva Internacional (CSI), había ordenado un sistema de multiplicación para lastrar a los coches dotados de sobrealimentación..

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