Nuestro mundo parece convertirse cada vez más en una especie de falso paraíso. La tecnología moderna ya nos permite cambiar literalmente la cara de un personaje de cine en un par de clics con la ayuda de redes neuronales, o sintetizar la voz de un personaje famoso. Pero el verdadero problema es que pensamos que estos algoritmos son más perfectos de lo que realmente son, y estamos dispuestos a entregarles áreas enteras de la actividad humana. Hoy vamos a hablar de los dipfakes.